Carta 2
Hermanos, desde todos los confines de
los mundos, desde las altas montañas y desde los abismos más profundos, desde la
certeza de los sabios y la confusión de los necios, detrás de setenta mil velos o desvelada , la
Verdad es única.
Oídnos, nosotros no hablamos con doble
sentido, lo que parece, eso es. Abrid los corazones.
Cuando te preguntan ¿quién eres tú?
Respondes, soy tal soy cual y das el nombre por el que te conocen. Cuando te preguntan ¿qué
eres? Respondes, soy carpintero, soy médico. Nunca dices lo que eres realmente porque no
lo sabes. Si respondes : "soy un sufi", eres un gran tonto, o lo que es peor, un embustero.
Un hombre no dirá "soy un hombre" ni una mujer "soy una mujer" porque es algo
evidente. Lo que seas en tu interior es cosa tuya y de tu Señor. El que lo ve, es porque tiene los ojos
abiertos, el que no lo ve debe quedar en la ignorancia pues a él nada le importa, ni en nada le
afecta tu estado.
Todos queréis llegar a estos parajes
de bendición y en verdad que todos tenéis ante vosotros el caballo dispuesto y el camino señalado,
pero la pereza os consume. Un día tenéis que arar los campos, otros recoger la cosecha,
después estáis muy cansados...
Para el perezoso los arroyos son mares inmensos y las dunas montañas
extraordinarias.
Inventáis letanías, palabras sin
sentido, danzas que sólo son movimientos inconexos, lucháis
fuertemente buscando las rutas más
fáciles y más cortas. Cómo las moscas en la basura voláis y voláis sin conseguir nada, mientras
los jardines florecen a poca distancia.
Oídnos hermanos, abrid los ojos y
reconoceros, no sois insectos sino personas. El trabajo es vuestro orgullo y la Obra necesita
trabajo. Si no os ha sido dado el don del conocimiento como
un regalo de la Misericordia, no tenéis
derecho a exigirlo. Trabajad por él.
La montaña está aquí, a la vista de
todos. No ciegues tus ojos, que nada te distraiga. Si quieres llegar, da los primeros pasos y
nosotros te cogeremos de las manos para que no tropieces.
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