Montag, 21. März 2011

ave del paraíso terrenal


Dice que yo la alenté en París, pero fue lo contrario. Su tenacidad y energía me contagiaron. Violeta cantaba desde las diez de la noche hasta las cuatro de la mañana, luego se levantaba a las ocho y corría a grabar los cantos chilenos que había recogido de labios de viejas campesinas –"a lo humano y a lo divino"- ya fuera para Chant du Monde o para la Fonoteca Nacional del Museo del Hombre. Yo protesté: -Pero, Violeta, ¡si no te dan ni un céntimo! ¡Tienes que darte cuenta de que, en nombre de la cultura, te están estafando!

-No soy tonta, sé que me explotan. Sin embargo lo hago con gusto: Francia es un museo. Conservarán para siempre estas canciones. Así habré salvado gran parte del folklore chileno. Para el bien de la música de mi país no me importa trabajar gratis. Es más, me enorgullece. Las cosas sagradas deben existir fuera del poder del dinero.
 
Este texto, pertenece al prólogo de El Maestro y las magas, de Alejandro Jodorowsky.

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